Acabo de responder la carta de un amigo sobre las diferencias que tenemos alrededor del nombre de la olímpicamente mentada capital china. Tras enviar mi respuesta, pensé que no estaría de más compartirla con todos ustedes. Aquí la tienen:
«Hola Fernando! Gracias por la carta. No te pude responder antes porque estaba con el seso absorbido en la edición de un libro muy especial (en formato de lujo y todo) que la editorial Planeta va a sacar al mercado creo que ya la semana que viene.
»Fernando, no creas que no me gustó tu punto de vista, al contrario. Tienes toda la razón en esto: en el mundo hispánico, o al menos en América Latina, nos falta un sistema para transliterar los nombres en lenguas no latinas al español. O si ya existe, pues nos falta conocerlo. Como no disponemos de un sistema nuestro para transliterar, pues la gente por ignorancia copia lo que viene de la prensa anglosajona o francesa, y así nos hemos hecho de muchos errores. ¿Tienes idea de cómo pueda solucionarse esto? Ese sistema debería llegar a los ministerios, las empresas, la prensa escrita, radial, televisiva, de internet… y por qué no, a las escuelas. A los correctores de estilo nos sería muy útil. Te cuento que me ayuda mucho el Libro de estilo del diario El País, de España, para transliterar nombres del ruso, el árabe o el chino. Pero tampoco es muy extenso en ese punto.
»Resumo mi punto de vista de esta manera: creo que todos deberíamos aprender un sistema de transliteración que nos permita escribir según la fonética del castellano los nombres no latinos que vamos aprendiendo. Es decir, transliterar nombres modernos. Pero acá viene donde discrepo contigo y concuerdo con la RAE: ¿qué hacer con los nombres antiguos? Acá te resumo la posición de estilo de la RAE para nombres antiguos y modernos y ahí acabo:
»1. Nombres modernos. ¿Qué debemos hacer los correctores de estilo en español cuando debemos decidir cómo se escribe el nombre de una ciudad china, árabe, rusa… o de un político, escritor, etc. de países extranjeros? La solución RAE:
1.1. Nombres latinos (francés, italiano…): se respetan las grafías según el estilo de la norma de origen. Así, en español, un nombre francés debe escribirse con todas sus tildes, c con cedilla, etc.; en italiano, con sus dobles ll, etc. Es una deferencia hacia nuestras lenguas hermanas.
1.2. Nombres en inglés: se respetan sus normas, y se escriben sus nombres tal como lo hacen ellos, lo cual no es nada complicado, por cierto. Es una deferencia hacia la superpotencia del planeta. Así, si tengo a un gringo de origen portorriqueño que se hace llamar Raul Castaneda, pues ni modo, debo escribirlo así, porque «Raul Castaneda» ya no es un nombre español, sino inglés. Cosas de la política, todo es cuestión de pasaportes.
1.3. Nombres no latinos (alemán, ruso, árabe, chino…): se hace lo que dices, se transliteran sus nombres según nuestra fonética y algún secreto sistema de transliteración hispánico (una vez más, si lo tienes, dámelo). Así, por ejemplo, el celebérrimo apellido alemán Strauß en español se escribe ‘Strauss’, y por eso ahora ya reconoces al valsesista ese. Ahora suena muy técnico, pero esta norma es utilísima para escribir en español los nombres «oficiales» de calles alemanas (Straße, Strasse, calle). Lo mismo debe hacerse para lenguas «exóticas» como el chino y otras, de las que copiamos las versiones sobre todo en inglés, en vez de desarrollar nuestras propias versiones de esos nombres.
»2. Nombres antiguos. Y ahora el punto en que discrepamos. Tú sugieres que transliteremos también aquí, yo digo que no es necesario. Y no lo es porque en español ya contamos con un arsenal clásico de nombres extranjeros que, por su cercanía geográfica, o por su antigua relación comercial, cultural etcétera con el mundo hispánico, pues, han recibido un bautizo en español de sus nombres. Así, München es Múnich, Firenze es Florencia, London es Londres, Paris es París, Martin Luther es Martín Lutero, Michelangelo es Miguel Ángel, y así. Es que los queremos mucho. Darle a un nombre extranjero uno en español es bueno, porque significa que los tenemos en nuestra mente. Significa que, en un mundo concebido en español, ellos existen. Así pasa con la capital china, cuyo nombre existe en español siglos ha como Pekín. ¿O habremos de llamar a sus habitantes «beijingneses»? Mi lengua no da para tanto.
»¿Y quién es antiguo y quién moderno? ¿Karl Marx o Carlos Marx? ¿Georg Friedrich Händel o Jorge Federico Händel? La línea divisoria suele ser más subjetiva. Yo la pongo al final del siglo XVIII. Por eso escribo Karl Marx (es decir, nombre moderno que debe transliterarse, y como esas grafías suenan en español, no hay problema). ¿Y los músicos clásicos? No sé por qué varios melómanos preferimos escribirlos en sus idiomas originales, sin hacer uso de nuestro derecho a castellanizarlos en tanto son nombres antiguos, históricos. Quizá no los queremos mucho. Quizá sólo los adoramos.
»Hombre, te mando un abrazo. No olvides hacerme saber cualquier sistema de transliteración útil al castellano. Ahora procuraré ver algo de las olimpiadas pequinesas antes de dormir. Y sí que, para efectos prácticos, es un fastidio estar al otro extremo del globo para ver los juegos por TV: ¡ellos pegan brincos y rompen récords deportivos mientras uno ronca! Es casi como lo de Georgia. Uno amanece, pestañea, se lava la cara, prende el aparato televisor y resulta que los georgianos ya se sacaron la madre. Ciertamente que a veces este asunto de respirar a diario es un fastidio.
»Hasta luego,
»Álvaro».
Lo publiqué originalmente el 11 de agosto de 2008 en mis notas de Facebook, en la época de los juegos olímpicos de Pekín y de la guerra en Georgia. Era una carta a Fernando Takano, un amigo mío.