«Eres la niña más bonita de todo el grado -decidió decirle-, y quiero invitarte mi sándwich por lo que queda del refrigerio», concluyó, mientras caía como un azote sobre el suelo que hizo puré su sándwich, tras la zancadilla que le pusieron en el corredor mientras se dirigía a ella; a ella, que hizo a un lado sus rubios cabellos para ver de dónde venía ese golpe, para dejar la plática con sus amigas, para acercarse a él, para agacharse a verlo mientras el timbre sonaba.
Lo escribí el 18 de enero de 2008.