Milonga del aprendiz. Observaciones de un estudiante de tango (2)

Paso por afuera

Para romper la monotonía de una eterna caminata, se puede, por lo menos, cambiar de carril. Esto es posible con el paso por afuera. Sin detener su caminata, cuando lo considere oportuno, el hombre avanza su pie derecho ya no frente al izquierdo de la mujer, sino por afuera, hacia la derecha de la mujer, de modo de hacer que ambos se ubiquen en el carril del costado, a la izquierda del hombre, donde pueden seguir avanzando. O no.

Al siguiente sábado, he venido a las clases de nuevo solo, confiando en que tendré con quién bailar. Y así fue, pero no con Alejandra, quien ha llegado acompañada de Santiago, alguien algo más alto que yo y con un puñetazo quizá más fulminante que el mío. No lo sé. Le daré al muchacho el beneficio de la duda. En todo caso, Luis me pone a bailar con Diana, una chica de mi tamaño, cabello negro ensortijado, ojos vivos, nariz fina y acento difícil de determinar. Francesa no es. Estadounidense no es. Inglesa no es. Italiana tampoco. Alemana, me dice. Claro. Es difícil reconocer aquello que no se conoce. En algunos casos hay que dar un paso al costado, un paso por afuera. Y seguir avanzando.

Arrepentida

El mundo no es suficiente. No importa cuánto se avance, siempre toparemos con algún obstáculo; o peor incluso, con un muro final, aunque nos hayamos divertido tanto. En esos casos es preciso detenerse para que el mundo no se acabe y el baile continúe. Pero no es necesario imaginarse en medio de tanto drama. A veces sólo sucede que estamos avanzando y no queremos seguir haciéndolo. Nos arrepentimos, y queremos regresar o ir por otro lado.

Para ello existe el paso de la arrepentida. El hombre avanza, y en eso, tras adelantar el pie izquierdo, deja todo el peso de su cuerpo en el pie derecho, que no avanza y más bien jala al pie izquierdo hacia atrás, desde donde la pareja puede volver sobre sus pasos o por el costado. La arrepentida es, si se quiere, el equivalente tanguero de la gambeta en el fútbol, ese golpe de ingenio que se simula de improviso y que puede convertirse en el punto de quiebre del curso de las acciones, en la intuición feliz que prefigura el gol.

Arrepentida, golpe de ingenio y gol. Así podríamos resumir la historia de Mily Amézaga y Luis Goñi, desde sus trabajos originales de rutina —Mily como educadora inicial y oficinista, y Luis trabajando en el departamento de Economía de una institución— hasta que se decidieron por la enseñanza del tango a tiempo completo. Ambos se conocieron en Lima en 1995, cuando la madre de Mily le alquilaba un departamento a Luis, que había venido por razones de trabajo. Se casaron al año siguiente, y aunque podría pensarse lo contrario, el tango no tuvo que ver con su romance: ni Luis era un maestro ni Mily había bailado tango. El punto de quiebre podría ser 1996, cuando viajaron juntos a Buenos Aires. Fue en la plaza Dorrego, en el barrio de San Telmo de dicha ciudad, donde Mily vio por primera vez una milonga y se enamoró del tango. Le impresionó ver a una multitud de parejas bailando en la plaza, con sentimiento, con respeto del espacio de los otros, todas las parejas bailando para sí mismas, pero además, bailando para formar sobre la plaza una marea que se ondulaba al ritmo de un tango. El tango puede ser el sonido de otro mar, y una milonga bien bailada, el oleaje de una sociedad civilizada.

Mily y Luis regresaron a Lima, pero el paso de la arrepentida de lo que sus vidas venían siendo ya estaba dado, y el siguiente movimiento los encarrilaría en el tango de manera definitiva. Desde 1997 volvieron a Buenos Aires regularmente, donde estudiaron con los esposos Dinzel, quienes analizaron el tango desde un punto de vista técnico a fin de definir la manera más lógica y fluida de bailarlo. Es que el tango, como todo baile, es un transmitir el peso del cuerpo de un pie al otro, y hacerlo en armonía con la pareja, de modo de desplazarse juntos de la forma más natural posible. Eso le da al tango su belleza: la naturalidad, la sencillez con que una pareja se comunica para andar juntos por la sala de baile. Sí, el tango puede ser también una manera de estar naturalmente juntos, y una manera de estarlo siempre, en una eternidad de dos minutos.

Fue en el año 2000 que dejaron todo atrás y se decidieron a ser profesores de tango. Luego, hacia el año 2002, en una reunión del Centro Argentino, hablando con Ezequiel Furgiuele se les ocurrió abrir un espacio en Patagonia —el restaurante de Furgiuele— para dar clases de tango y hacer una milonga después. Ya no dan sus clases en Patagonia, pero continúan organizando ahí, en la noche, las famosas milongas de los martes.

Mily y Luis dejaron sus trabajos para enseñar tango, y no se arrepienten. Yo me arrepiento de no haberme atrevido a aprender esto antes. Y de no haberle insistido a mi amiga que me acompañara a esa primera clase, aunque me hubiera perdido el baile con Alejandra. En fin, mientras se vive se puede hallar un remedio. Todo es cuestión de esperar el momento adecuado para dar una arrepentida y reemprender la marcha.

Nota

Publicado antes en el blog de la web de Etiqueta Negra «Uno, dos, tres, probando», el 9 de diciembre de 2008.

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