Las redes sociales no sólo son medios útiles para enterarse de cómo va un partido de fútbol, dónde fue el último terremoto o cuál de nuestras amigas ya está soltera: también hacen pensar.
Hace unos días, mi amiga María Jesús Zevallos tuiteó lo siguiente: “Cómo explicarle a cierta gente que tener una opinión sobre algo no significa ser experto en el tema”. De inmediato, su queja me hizo viajar en el tiempo a mis dieciocho años, cuando mi único correo electrónico era el de telnet que me había asignado la Universidad Católica y las chicas vestían blue jeans, polos blancos para hombre y una cola de caballo, sin más adorno que su belleza natural.
En esos días conocimos a Parménides en las prácticas de Filosofía 1, y a su Poema. En él, la diosa le mostraba a Parménides lo que vemos en los periódicos o en internet: que los mortales se lo creen todo, toman lo que no es por lo que es y asumen como noticia lo que un redactor publicó porque no había hecho su trabajo y se acercaba la hora del cierre. La opinión de los mortales no es confiable, recordaba la diosa, y le recomendaba al filósofo más bien ceñirse a la vía de la verdad, a aquello que su razonamiento le revelaba como necesario: que el ser es y es necesario que sea, mientras el no ser no es y es necesario que no sea, por ejemplo.
Tautologías aparte, Parménides y su diosa nos enseñan indirectamente el valor de la opinión. Todos hablamos de todo. Todos nos sentimos con derecho a opinar sobre todo, independientemente del nivel de conocimiento que tengamos de las cosas. Esto es normal: somos curiosos y tenemos boca. Pero debemos reparar en que la opinión puede dañar reputaciones, desinformar o difundir el pánico cuando está hecha sin fundamentos y dicha sin mayor examen y autocrítica.
Más allá de la opinión —siguiendo a la diosa— está el conocimiento de la verdad. O al menos, la opinión informada. Y es que conocer algo implica criticar lo que se sabe, plantearse sistemáticamente preguntas según se vaya adquiriendo más información sobre un asunto. Mientras más se cuestione uno lo que sabe y se investigue a partir de esos cuestionamientos, mayor conocimiento se tendrá de ese asunto y la opinión que se tenga de él será más informada, más autorizada: el dueño de la opinión es en este caso un “autor”, alguien con autoridad en el tema, porque lo ha investigado.
Moriremos, y quizá nunca conoceremos la verdad que la diosa le reveló a Parménides. Sin embargo, lo que sí podemos hacer mientras vivimos es cultivar el hábito de la crítica ajena pero sobre todo propia, a fin de emitir mejores opiniones y tener una convivencia más transparente y honesta.
Como la diosa, mi amiga se indignaba porque la gente confunde opinión y conocimiento. ¿Cómo explicarle pues a la gente que tener una opinión sobre algo no significa ser experto en la materia? Pues mejorando nuestras opiniones, cuestionando lo que “sabemos”, esforzándonos porque lo que digamos tenga los mejores fundamentos posibles. No lo olvidemos: un experto es un ignorante con criterio para hacer preguntas.
bien bien, muy buen blog. solo le hace falta un poco se sexo…
Gracias, Boniandclay. Pero no te preocupes: sexo hay, búscalo como «sexo» en la nube de etiquetas del blog. Que te diviertas: aquí en mi blog todo sexo es seguro.