El sábado 27 de abril fui al Museo de Arte Contemporáneo de Lima (MAC-Lima) a visitar la primera edición de Perú Arte Contemporáneo (PArC), una feria de arte que reunió a galerías, artistas, coleccionistas y críticos del Perú y del extranjero. Quizá nunca antes se hizo algo parecido y ésta fue la primera feria de arte contemporáneo de Lima, como anunciaba el folleto del catálogo.
O al menos la primera feria de arte realizada en un museo.
Tras pagar la entrada de veinticinco soles, ingresé al recinto de la feria, que consistía en un limpio suelo de concreto sobre el que se alzaban paredes blancas e iluminadas. Ellas se intersecaban formando los cubículos que definían los puestos en que exponía cada una de las más de treinta galerías que participaron en PArC. Cada galería exhibía obras de unos cinco artistas en promedio.
Como en alguna parte leí que los espectadores de arte se dividen entre los que gustan del arte tradicional, los que gustan del arte moderno y los imbéciles que tratan de apreciar el arte moderno como si fuera tradicional, opté por no ser imbécil y dejar que mi ojo fuera capturado espontánea e inexplicablemente por algunos artistas mientras pasaba de cubículo en cubículo.
En el puesto de la Galería Alfredo Ginocchio (México D. F.), el primero en abducirme es Claudio Gallina. Tenía unos cuadernos escolares —auténticos o no— con ejercicios gramaticales y ortográficos, con caligrafía de niño, con dibujos de niño, intervenidos con sobreescritura y dibujos del artista, pintura, recortes y mutilaciones diversas. Tenía unos pupitres escolares, unos restos de tablas de pupitres, totalmente desgastados, con capas y capas de las inscripciones de corrector líquido que hacen los escolares para declarar amor, pertenencia u odio, igualmente intervenidos por el artista, acaso totalmente. No lo sabemos. “Tiempo”, refiere la ficha técnica como uno de los materiales con que se han hecho las obras. Y es verdad: independientemente de la autenticidad escolar de los objetos —aunque yo le creo—, las piezas muestran el conflicto entre el tiempo del niño y el del adulto, el tiempo del ejercicio de entrenamiento y el de los resultados finales, el tiempo del juego de la vida y el de aquel en que la vida se pone en juego. El tiempo en que hay tiempo y el tiempo en que puede ser muy tarde. Y sin embargo, entre ambos tiempos, la permanencia del juego, del amor, de la amistad y de la violencia.
En 80m2 de Livia Benavides (Lima), no puedo dejar de leer mensajes como “Se necesita muchacho”, “Se necesita mozo con experiencia”, o mejor aún —¿me estarían leyendo la mente?—, “Se necesita muchacha con urgencia”. Son las fotografías que Eliana Otta tomó a esos avisos publicitarios que hacen los restaurantes limeños de económicos menúes escribiendo con plumón sobre papel. Ya se sabe: la realidad, y más la peruana, supera a la ficción, a la imaginación, a la corrección política y al pudor. Salí del stand sin ironía, con inspiración y esperanza.
En Wu Galería (Lima), me detengo en los bordados de Ana Teresa Barboza. Son trabajos enmarcados en pequeños bastidores circulares, con paisajes marinos o de montaña. En todos los casos, los bordados exceden a su bastidor y se escapan de él: una ola revienta sobre la roca de la playa, y el agua marina sale como chorro hacia nosotros. Un oleaje suave se hace espuma, y al hacerlo cae fuera del borde del marco, tomando la forma casi de una red. Una vegetación se extiende por el monte, tanto, que continúa a derecha e izquierda del bastidor. En ese momento descubro que no escapa el bordado, sino el tejido: el bordado, la figura en la tela, permanece sobre la tela dentro del bastidor; es el tejido puro, el entramado de los hilos, lo que escapa a la tela y al bastidor y se extiende hacia nosotros con independencia y nueva vida.
En la Galería Lucía de la Puente (Lima) están juntos, uno al lado de la otra, José Tola y Sandra Gamarra. Tola tiene un personaje constreñido en un mediano marco. No es un personaje completo: es el retrato de un rostro. Las líneas paralelas que construyen el rostro transmiten una ordenada desesperación, contenida en los espacios entre las líneas. El grito es opcional: la imaginación lo puede todo. A su lado, Gamarra ofrece una instalación: reproduce con varios lienzos —uno junto al otro, uno sobre el otro— la esquina de la galería que le ha tocado para exponer. Colocados sobre el suelo y apoyados en las paredes, los lienzos representan la porción de pared y de suelo que cubren. Colocados uno sobre otro, los lienzos representan al lienzo que tapan, y en último término, una porción de pared y suelo. El arte, como filtro entre la realidad y la mirada de la artista, que es la nuestra.
En el puesto de la Galería La Caja Negra (Madrid), me detengo en la serie de aguafuertes “Nómadas”, de Carlos Bunga. Unos personajes con la cabeza atrapada en planos de casas, de edificios, de paisajes barrocos, no saben qué hacer. A veces luchan con sus brazos por sacarse el plano de la cabeza (que permanece oculta); otras, se rinden y permanecen quietos, quizá cansados ya. ¿Burbuja inmobiliaria? Mejor hacer yoga y deshabitar la mente, desahuciando de ella a los inversionistas.
Luego, la Y Gallery (Nueva York). Me detengo frente a una escultura de Alejandra Prieto: “Espejo de carbón”, “Escultura de piedra de carbón extraída de las minas de Chile”. Es una escultura y es un espejo. De carbón. Con marco de carbón estilo art déco, algo maltratado. Con superficie especular de carbón, donde es difícil verse, reconocerse en el perfil brumoso que uno proyecta. Quizá tan difícil como reconocer al otro, al extraño que trabajó en las minas para generar la bonanza de quienes incluyeron en su presupuesto a inicios del siglo XX un espejo art déco para la sala.
Las luces se apagan una a una, con ritmo pausado. Las paredes blancas se oscurecen. Los guardias de seguridad dicen gracias y se plantan en los pasillos, y tras ellos no hay nadie, salvo unos auxiliares que extienden cintas para clausurar los caminos.
Es hora de irse de aquí.
Mientras camino, vuelve a mi mente una pareja: Tola y Gamarra. Tola y su monstruo encerrado en un cuadro. Gamarra y su esquina limpia y blanca de la galería reproducida una y otra vez en lienzos superpuestos. Quizá ambos trabajos no son tan distintos: lo que Tola hace explícito, Gamarra lo hace implícito. Gamarra toma una realidad que parece ordenada, civilizada e inofensiva y nos la devuelve representada con toda la artificialidad y caos que entraña. Algo de monstruoso hay en todo esto, en esta aparente asepsia clínica con que PArC hace visible una selección de obras no destinadas prioritariamente al goce del público —como era en tiempos de la desaparecida y gratuita Bienal de Arte de Lima—, sino al comercio entre galerías y compradores de arte, tarea que no le corresponde al MAC-Lima, que debería mantenerse como el museo que quiere ser: un centro para el estudio, preservación y exposición al público del acervo artístico de un país. La difusión cultural es para los museos y las ferias de arte son para los centros de exposiciones y convenciones, como se hace en otras partes del mundo. Algo monstruoso hay en un mercado de arte que aún no llega a su pico de desarrollo, pero en donde las galerías suben al 50% la comisión que cobran al artista, como supimos todos recientemente en el caso del pintor Ramiro Llona.
Felizmente no todo son malas noticias: una burbuja artística es menos peligrosa que una burbuja inmobiliaria. Esperemos, eso sí, que no sea uno de sus síntomas.
Una feria de arte en un museo…como bien dijo una periodista del diario El País sobre PArC, «se desvistió un santo para vestir a otro». O como bien dijo un crítico de arte en sus redes sociales: deberíamos actuar como Jesús cuando expulsó a los mercaderes del templo. «El Templo de Herodes, cuyo patio es descrito como «lleno de ganado» y tablas de cambistas, que cambiaban las monedas griegas y romanas por monedas judías y tirias. Jesús se molestó tanto por esa situación que formó un látigo con varias cuerdas y a golpes hizo salir al ganado y tiró las mesas de los cambistas y de los vendedores de palomas, haciendo caer las monedas por el suelo.»….eso es un museo sirviendo de espacio para una feria de arte, como un templo sirviendo de mercado.