El debate en torno a Contarlo todo, de Jeremías Gamboa (Lima, 1975), se ha entrampado. Los críticos concuerdan en que estamos ante una novela de aprendizaje de base autobiográfica en la que el protagonista, Gabriel Lisboa, busca su identidad y su vocación literaria; una novela en clave, con instituciones y personajes construidos a partir de medios de prensa, periodistas y otras personas reales con quienes el autor se relacionó; y una novela cuando menos entretenida («Nadie puede escatimarle a Gamboa su amenidad: tiene momentos francamente divertidos y recrea con encanto la educación sentimental del sujeto intelectual hispanoamericano», dice Guillermo Espinosa Estrada). Por otro lado, lo que para unos es un mérito (ser una novela introspectiva y que no hace crítica sociopolítica de la realidad peruana), para otros es un demérito. La discrepancia sobre la calidad de la novela no se está centrando, pues, en sus elementos intrínsecos, sino en el gusto personal de los críticos, según su opinión sobre cuál debe ser la «función» de la novela: ¿expresión personal o crítica social?
Creo que exigirle a un novelista una agenda ideológica no viene al caso —como hace Rodolfo Ybarra, quien lamenta que la novela esté «desideologizada», cosa que Harold Bloom seguramente agradecería—. La crítica de arte existe para interpretar lo que el artista ha hecho, no para decirle lo que tiene que hacer. Así las cosas, es evidente la opción estética de Gamboa: una novela que mira al interior del personaje y que se refiere al marco social para iluminar su búsqueda personal.
Queda, sí, algo que reprochar: la contradicción de que el protagonista lo cuente todo, pero calle sus orígenes
Evaluar la calidad de la novela no pasa entonces por decidir si se ajusta o no a nuestras opciones estéticas o políticas. Lo que hay que hacer es juzgarla atendiendo a su materia irrenunciable: su escritura. Y su escritura es en general buena. Quizás haya un exceso de páginas, y de hecho hay algunos problemas de edición (estilo a ratos confuso, incongruencias, erratas); pero es una escritura honesta, casi siempre precisa y de trama bien engarzada, al punto de que a veces me proponía cerrar la lectura del día en un capítulo, pero al concluirlo me veía forzado a leer el siguiente, y el siguiente. Esta novela constituye también un círculo virtuoso, pues el protagonista ansía convertirse en escritor, cosa que logra contando su historia y hallando su voz.
Queda, sí, algo que reprochar: la contradicción de que el protagonista lo cuente todo, pero calle sus orígenes —algo que Guillermo Espinosa Estrada y Ricardo González Vigil señalan con acierto—. No se entiende bien por qué Gabriel Lisboa tiene esa urgencia de contar su historia reciente, mientras que ve su infancia y adolescencia como una «nebulosa de días indistintos» (p. 17). Es cierto que existen las licencias poéticas, pero ese silencio insistente sobre la etapa inicial de la vida del protagonista hace que todo el dolor que experimenta Gabriel Lisboa en una Lima que lo discrimina pierda la base profunda que le otorgaría un significado más pleno.
Novela
Jeremías Gamboa. Contarlo todo. Buenos Aires: Mondadori, 2013. Segunda edición. Literatura Mondadori, 545.