En esta noche limeña de verano, me encontraba yo trabajando en la computadora y escuchando a Maurice Ravel y a Nirvana alternativamente. Por supuesto, no se oía casi nada del exterior. En eso, puse pausa al reproductor y percibí un sonido de goteo y un aroma delicioso. Me asomé a la ventana.
De madrugada,
de la tierra el aroma
la lluvia obsequia.
Inusualmente, llovía. La precipitación era visible y persistente. Y audible. Entonces escribí:
Nadie camina,
sólo la lluvia marcha,
interminable.