En la entrada sobre Estados Unidos de su Diccionario panhispánico de dudas, la Real Academia Española advierte:
[…] debe evitarse el empleo de ‘americano’ para referirse exclusivamente a los habitantes de los Estados Unidos, uso abusivo que se explica por el hecho de que los estadounidenses utilizan a menudo el nombre abreviado ‘América’ (en inglés, sin tilde) para referirse a su país. No debe olvidarse que ‘América’ es el nombre de todo el continente y son americanos todos los que lo habitan.
Dicho uso abusivo ha generado desazón y alarma en muchos latinoamericanos y quizá también en otras gentes comprometidas con los países en desarrollo, como puede apreciarse en la indignada reacción de los autores de un sitio web y alguna página de Facebook. Dejando el apasionamiento a un lado, no está de más pensar en cuál es el nombre más adecuado para llamar a los habitantes de los Estados Unidos de América, que se llaman a sí mismos Americans sin darle muchas vueltas al asunto o a lo mal que nos harían sentir.
Para todos es evidente que los países tienen dos nombres: uno largo y oficial, y otro corto y querido. Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Gran Bretaña —en realidad, Reino Unido—. Estado Plurinacional de Bolivia, Bolivia. República de Turquía, Turquía. Y así. Normalmente el nombre corto, que es como el nombre propio de las personas, es más antiguo y engloba en una palabra o dos muchos siglos de formación de una comunidad humana. El nombre oficial es sólo la descripción política de la forma más reciente que ha adoptado ese país. Forma que puede cambiar en el futuro. Por eso es tan importante el nombre corto, porque define, o intenta definir, la esencia invariable de un país. Siempre que nuestras identidades nacionales no acaben mezclándose en megaidentidades culturales cuando colonicemos Marte o las lunas de Júpiter, claro. Una identidad hispánica frente a otra china o anglosajona, por ejemplo.
Visto así, ¿no es injusto pretender que los habitantes de los Estados Unidos de América se llamen estadounidenses? Sería como pedir a los británicos que se llamen regiounidenses; a los bolivianos, plurinacionalistas; y a los turcos, republicanos. Además, no sólo sería injusto, sino impreciso, pues los mexicanos también son estadounidenses, en vista de que el nombre largo de su país es Estados Unidos Mexicanos. ¿Pero sería más justo considerar América como el nombre corto de ese país, como el nombre que revela su esencia? El café americano, el fútbol americano —paradójicamente practicado en forma masiva sólo en uno de los países americanos— y sobre todo el sueño americano apoyarían esta denominación.
Americans. Para los gringos —tenía que decirlo— fue muy evidente en el siglo XVIII que ellos eran los habitantes de los Estados de América que se habían unido, en un contexto en que en el resto del continente se extendían virreinatos de otras monarquías europeas. ¿Por qué no llamarse, pues, americanos? Una de dos: o ignoraban la existencia del resto del continente más allá de su pequeña costa atlántica inicial, o sí lo conocían, y adoptaron ese nombre de Estados Unidos de América por saberse los primeros americanos independientes, y justamente para dar cabida a que, en el futuro, más «Estados» se incorporaran a su Unión, como de hecho pasó. Voluntariamente o a la fuerza, eso ya es otra historia.
Decidir si los gringos —ya me gustó esto— son americanos o estadounidenses es decidir si vamos a permitirles usar el derecho que todos usamos de llamarnos coloquialmente con nuestro nombre corto, tratándolos como un hermano más en el concierto del mundo, o si vamos a usar con ellos un régimen de excepción y los obligaremos a llamarse según la forma política que su país actualmente tiene, quizá por miedo a la vocación inclusiva de ellos de aceptar más y más Estados americanos en su Unión, de modo de negarles el campo a ser más América de lo que ya son.
¿Es justificado tener tanto miedo de nuestros socios en el hemisferio? No lo sé. Por el momento, me despido con una fotografía de la embajadora Samantha Power, sentada junto a su par de Argentina, en una reunión de la ONU a raíz de la crisis de Ucrania.