¿Cómo luce una ciudad cuando su pasado glorioso ya no sirve de mucho?
En sus orígenes, Lima era un centro de alta civilización. Pongamos la mirada en la época prehispánica y veremos templos, centros administrativos, caminos y acequias que atestiguan poblaciones complejas, cuyo trabajo permitió el surgimiento de haciendas durante el Virreinato y, en último término, de los distritos de la Lima actual. Pongamos luego la mirada en la época hispánica y encontraremos en Lima la primera universidad de América y la primera imprenta de Sudamérica, solo por darnos una idea de la importancia de la capital peruana como centro político, económico, eclesiástico y cultural en Sudamérica durante los años virreinales. Incluso podríamos mirar nuestro primer siglo republicano y encontraremos entre Lima y el Callao una de las primeras líneas férreas de Sudamérica, por ejemplo.
Miremos también este siglo XXI. Sigamos aguzando la mirada y veremos en las calles de Lima a los peatones cruzando imprudentemente por cualquier parte, o intentando cruzar bien en los pasos de cebra, pero detenidos por ausencia de policías o semáforos que les den el paso, o de carácter para alzar la mano a los conductores a fin de detenerlos y hacer valer su derecho de preferencia frente a los vehículos. Por supuesto, en los mismos pasos de cebra veremos a los conductores acelerando para intimidar a los peatones y mantenerlos a raya. Y más adelante, veremos a los mismos conductores enfrascados en un cuello de botella, compitiendo por ver quién toca el claxon más tiempo. Veremos también a los funcionarios de los distintos gobiernos municipales reduciendo veredas y bermas centrales para ganar espacios para los automóviles en vez de planificar y ejecutar obras que los harían impopulares por cerrar las avenidas durante meses de meses, pero que les permitirían a los limeños viajar en líneas de metro desde Surco hasta San Miguel en unos veinte minutos, y no pasarse veinte minutos avanzando cuatro o cinco cuadras en el micro a las siete de la noche, por ejemplo. Tampoco avanzan mucho los estudiantes peruanos, que en el 2012 ocuparon el último lugar en matemáticas y comprensión lectora en la prueba PISA de la OCDE. Y los pobres sanmarquinos, ellos tampoco avanzan mucho. Pero no todo es atoro en Lima: los edificios modernos progresan, a veces tapando la vista de las huacas, al menos ya sin destruirlas.
Al parecer, los limeños somos aficionados a las paradojas. Tuvimos uno de los primeros ferrocarriles de Sudamérica, pero no quisimos darnos un metro en todo el siglo XX. Tuvimos la primera imprenta de Sudamérica, pero los jóvenes limeños no comprenden lo que leen. Tuvimos la primera universidad de América, pero nos empeñamos en que lo sea solo cronológicamente. Fuimos corte virreinal, pero los conductores no saben respetar las reglas de tránsito. Tuvimos diversas sociedades prehispánicas que construyeron los fundamentos del paisaje limeño, pero nos dedicamos a ocultar sus rastros o simplemente los descuidamos. Fuimos un centro de alta civilización, pero tenemos un gusto autodestructivo por la barbarie. En nuestro sadismo, la cultura ya no es para nosotros una manera de convivir con las personas sino un sibaritismo gastronómico, arquitectónico y teatral.
No pasa nada, podemos seguir jugando a las paradojas. Pero no olvidemos que de poco sirve un pasado glorioso con un presente de mierda.