Alerta: Destripe de historia
Fue quizá gracias a Star Wars que el libro de Joseph Campbell, El héroe de las mil caras, acabó de convertirse en un clásico de la cultura popular. En aquella saga el héroe era uno solo, Luke Skywalker; pero en la obra coral que es Game of Thrones no es tan fácil discernir un solo héroe. Felizmente son varios, cada uno con personalidad y retos distintos, y ese es uno de los grandes atractivos de la serie de HBO.
A estas alturas de la sexta temporada, la serie ha ganado un nuevo aire. Los hombres fuertes del inicio, como Ned Stark, Robert Baratheon y Tywin Lannister, han muerto ya. Algunos talentosos jóvenes, como Robb Stark, murieron antes de tiempo y nos dejaron en el ánimo un gran vacío (Jon Snow también estaba entrando en la lista de su hermano). Los liderazgos en la serie aparecían en duda, pero ya vemos que hay futuro: los jovencitos del inicio, que eran ingenuos (Sansa), impulsivos (Arya), débiles (Bran) o de baja autoestima (Jon Snow), entraron a recorrer el camino del héroe de Joseph Campbell y dan señales de estarlo completando con éxito con miras a enfrentar los desafíos que se les vienen y cumplir sus destinos, o lo que es lo mismo, contarnos cómo termina esta historia. Si queremos mirar este camino del héroe como una carrera, parece que Arya y Jon son los más adelantados, mientras que Bran y Sansa quizá estén un pasito detrás: Arya ha aprendido a observar y controlarse, y Jon ha salido del Muro convertido en el puto amo, como se dice ahora; mientras que Bran está fortaleciendo sus poderes, pero aún es muy impaciente, y Sansa ha demorado demasiado en madurar y hacerse responsable. Vistas las cosas con distancia, podemos afirmar que la llegada de estos nuevos héroes no habría sido posible sin la muerte de los viejos héroes: si a estos no les hubieran ocurrido las cosas horribles que nos dejaron con el corazón en la boca, no se habrían generado los desafíos que les han permitido a aquellos crecer, y la serie no crearía tanta expectación. Ya lo decía Kurt Vonnegut: «Sé un sádico. Sin importar qué tan dulces e inocentes sean tus personajes principales, haz que les pasen cosas horribles para que el lector sepa de qué están hechos».
Quiero quedarme con dos de las escenas más potentes que nos ha obsequiado esta sexta temporada: el rescate de Sansa por Brienne de Tarth y el ahorcamiento de los traidores en el Muro.
El rescate de Sansa fue hermoso. No solo por el final feliz de verla a salvo, sino porque todos los protagonistas crecieron: Brienne por fin halló a quién servir; Podrick ya sabe usar la espada y sin duda va camino a convertirse en un caballero; Theon se está rehumanizando: ha protegido a Sansa, está tomando decisiones y quizá está volviendo a ser un guerrero y no ya una mascota; Sansa, finalmente, se está haciendo responsable por sí misma y por un grupo a su cargo: Brienne y Podrick (Theon decidió marcharse, ¿iniciará acaso su camino del héroe al llegar a casa?).
Luego está el ahorcamiento de los traidores a Jon Snow en el Muro. Es una escena de gran tristeza; pero como la de Sansa, muy poderosa por cuanto marca la partida de Jon ya como héroe con una misión. El renacido Jon cumple su responsabilidad de impartir justicia con quienes cometieron traición contra su comandante, para mantener la equidad y el respeto a la autoridad en el Muro. Y lo hace sin pestañear y viendo a cada reo de muerte a los ojos, a pesar de que le duele dar este paso, sobre todo con Olly, que lo admiraba. Las ejecuciones en los relatos siempre son ocasión de mostrar un catálogo de tipos humanos (pensemos por ejemplo en el wéstern True Grit), y el último capítulo que vimos de Game of Thrones no ha sido la excepción: Bowen Marsh es un ignorante que muere sin entender nada de la vida, Othell Yarwyck es un pusilánime incapaz de afrontar las consecuencias de sus actos, todo lo opuesto a don Alliser Thorne, un personaje que podemos odiar pero cuya entereza, valor y liderazgo no se ponen en duda. Sus palabras finales a Jon Snow son proféticas: «Yo descanso, pero tú pelearás sus guerras por siempre». Finalmente, Olly no necesita decirle nada a Jon: ambos desearían que las cosas fueran de otro modo, ambos saben que Jon quisiera que Olly no lo hubiera apuñalado, de modo que no tuviera que ejecutarlo, y que Olly quisiera que Jon no lo hubiera traicionado abriendo las puertas a los salvajes que asesinaron a su familia, de modo que él no tuviera que apuñalarlo. El ciclo se cierra: Olly, que mató a Ygritte para salvar a Jon, muere a manos de Jon, quien está tratando de salvar a la gente de Ygritte. Así son las cosas, así de difícil es la convivencia humana. Una mutua mirada de profunda pena basta para contarnos la tragedia.
¿Por qué Jon Snow no los perdonó, más aún considerando que la vida le ha dado una segunda oportunidad? Quizá no lo hizo no solo por su sentido del honor y del cumplimiento del deber típico de los Stark, sino porque la narración lo exige: los traidores deben morir para que el traicionado muerto pueda renacer. La serie nos enseña que «todos los hombres deben morir», así que para que alguien vuelva de la muerte tiene sentido esperar que quienes lo mataron ocupen su lugar.
Finalmente, debo confesar que me resulta imposible no vincular esta escena en el Muro con la «Balada de los ahorcados» de François Villon, breve poema medieval que es uno de los monumentos de la lengua francesa. En el poema, los ahorcados, balanceándose al viento, lamentan su estado y piden la comprensión y piedad de los lectores, a quienes solicitan que recen a Dios para que los absuelva a ellos, y quizá a todos nosotros. En esta era moderna nuestra, quizá Dios ya no está para absolver a nadie. Queda, sin embargo, la narrativa, heredera del antiguo destino de las tragedias griegas, para permitir a los personajes cumplir su papel y consumirse con el final de la historia. Posiblemente nosotros, los devotos de las series y de las buenas historias, hemos perdonado ya a Olly y a sus compañeros.