Lo que PPK no dijo

El discurso con el que el presidente Pedro Pablo Kuczynski inauguró su mandato este 28 de julio ante el Congreso ha sido sin duda uno de los mejores de los últimos años, y uno totalmente diferente a los que estábamos acostumbrados a escuchar. Ha sido por fin un discurso que se olvidó de dar cuenta de cuántos kilómetros de carreteras se van a construir o cuántos puntos porcentuales se van a subir de esto o se van a bajar de aquello; en lugar de ser una colección de importantes detalles técnicos —que sin duda expondrá el Consejo de Ministros cuando se presente ante el Congreso próximamente—, Kuczynski nos dio su plan para el Perú, nos manifestó sus sueños y se comprometió al logro de seis grandes objetivos en materia de servicios, educación, salud, economía, infraestructura y lucha contra la corrupción y la delincuencia. Este inusual discurso de 28 de julio ha desconcertado a muchos políticos y analistas (notoriamente los fujimoristas), que no comprendieron su sentido y lo reprobaron por gaseoso, insustancial, lleno de buenos deseos a los que ningún peruano se opondría, ignorantes de que el presidente de la República del Perú no solo es el jefe del gobierno, encargado de dirigir el día a día de la política y tomar medidas concretas, sino también el jefe del estado, y en tanto tal, representante de la nación peruana y promotor de sus sueños y aspiraciones. Ese sueño de modernizar al Perú y trabajar por su prosperidad es lo que nos planteó Kuczynski este 28 de julio.

El presidente no mencionó qué configuración tendrá la política peruana a fin de discurrir de manera fluida, dialógica, eficiente y pacífica

Hubo, sin embargo, un sueño importante que el presidente no mencionó en su discurso: qué configuración tendrá la política peruana a fin de discurrir de manera fluida, dialógica, eficiente y pacífica. Reducir la conflictividad social se logra mediante cambios económicos, ciertamente, pero también mediante una más completa y eficaz representación política. Y aquí es donde el presidente no dijo nada sobre, por ejemplo, cómo mejorar la regionalización del Perú, cómo dotar a los municipios y a las regiones de gestores profesionales que sepan aprovechar sus recursos en vez de robarlos o construir monumentos al dinosaurio o al árbitro. Tampoco dijo ni propuso nada sobre si en el 2021 seguiremos con un parlamento unicameral o si votaremos por senadores y diputados, lo que ayudaría a que las regiones estuvieran mejor representadas en la Diputación, mientras que el Senado podría enfocarse en mejorar las leyes y debatir los grandes problemas nacionales más allá de la política menuda —tal como el presidente ha hecho al soñar este 28 de julio—.

Por ello no deja de ser preocupante que Kuczynski dijera que «el país no tiene tiempo para discusiones ideológicas», o también: «No al enfrentamiento, no a la división». Por supuesto que todos deseamos la unión del Perú, pero eso no significa que la división sea algo malo per se: el desacuerdo es algo natural en el ser humano, por cuanto siempre habrá discrepancia de proyectos u opiniones. Es aquí donde la política se vuelve vía de civilización cuando el desacuerdo se resuelve mediante el diálogo y la negociación y no mediante la violencia, y para que la política sea dialógica y consensual es preciso aceptar la realidad, aceptar la división, y sentarse pacífica y respetuosamente a dialogar con quienes piensan distinto de uno. Ojalá que esta carencia en el discurso del presidente sea fruto de su impericia política, y que esta no se prolongue demasiado.

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