Señor Jorge Muñoz, felicitaciones y mucha suerte por su elección y reciente toma de mando como alcalde de Lima para los próximos cuatro años. Como uno de sus votantes, me siento feliz al igual que usted. Estoy seguro de que su gestión será fructífera para todos los limeños, a pesar de la desatinada campaña electoral suya, en la que nos animaba a elegirlo para vivir en «Limaflores». Imagino que no lo hizo con mala intención, pero espero que ya haya tomado conciencia de que no necesitamos que Lima se convierta en Miraflores: nos gusta así diversa como es, solo hace falta que todos sus distritos resuelvan sus problemas de limpieza, seguridad e infraestructura, y que una adecuada política de promoción ciudadana potencie la vida civil limeña y todas sus expresiones culturales.
Cuando pensé en escribir este texto, mi primera intención era darle algunos consejos, pero me di cuenta de que para ello hay personas mucho más inteligentes y talentosas que yo, como el equipo de Lima Cómo Vamos, encabezado por Mariana Alegre. Permítame solamente hablarle sobre el escudo de la ciudad que gobernará en los próximos años, sobre el cual se han dicho varios paralogismos, fruto ya de la ignorancia —como que las aves que lo flanquean son los gallinazos que sobrevuelan Lima— o del abierto cuestionamiento de la capacidad de nuestro escudo para representar a la Lima moderna, ante su carácter «colonial».
Sí, es cierto que nuestro escudo está hecho de elementos «coloniales» —yo prefiero llamarlos «virreinales», pero ese es otro debate—. Veamos. Para empezar, el escudo limeño es colonial o virreinal, o monárquico, según se quiera ver, porque no fue creación de los limeños, sino que nos fue otorgado por Carlos Habsburgo, o Carlos V, rey de Castilla y sacro emperador romano germánico, el 7 de diciembre de 1537, cuando Lima llevaba dos años de fundada por su súbdito Francisco Pizarro y había demostrado ser una ciudad que perduraría, no como otras poblaciones de la conquista, que desaparecieron ante los ataques de los indígenas o por otras razones. Los ornamentos externos del escudo limeño revelan este carácter colonial o virreinal: las dos águilas negras —no gallinazos, como la imaginación popular cree— son el emblema imperial de Carlos V, y las letras doradas del timbre, «I» y «K», significan Ioana y Karolus, nombres latinos de Carlos V y de su madre, la reina Juana, hija de los Reyes Católicos, que apoyaron a Colón. Esas letras funcionan, pues, a modo de firma de quienes le conceden a Lima su escudo.
Ya entrando en el blasón, vemos en la bordura colorada una inscripción latina en letras doradas: «Hoc signum vere regum est» (‘este es el verdadero signo de los reyes’). ¿Signo de qué reyes? No se trata de los reyes de Castilla, ni mucho menos de la aristocracia criolla, como juguetonamente sugiere el título del ya clásico libro Ciudad de los Reyes, de los Chávez, los Quispe…, de Rolando Arellano y David Burgos. La respuesta está en el núcleo del blasón limeño, donde tres coronas se sitúan bajo una estrella. Se trata de las coronas de los tres Reyes Magos, que siguieron la Estrella de Belén para encontrar a Jesús y adorarlo. La Estrella de Belén es el signo o señal que los Reyes Magos siguieron para llegar a su destino. ¿Y qué tienen que ver los Reyes Magos con Lima? En primer lugar, que los enviados de Francisco Pizarro a buscar un lugar apropiado para fundar la capital de su gobernación partieron de Pachacamac cerca del 6 de enero, día en que se celebra la Epifanía del Señor o fiesta de los Reyes Magos; por eso, cuando Pizarro fundó Lima el 18 de enero de 1535, la fundó con el nombre de Ciudad de los Reyes del Perú. En segundo lugar, el nombre original de Lima (Los Reyes) y el núcleo del blasón con la Estrella de Belén y las tres coronas de los Reyes Magos revelan algo no tan evidente a primera vista: el proyecto político hispano de someter a la población aborigen de Lima y del Perú. Y es que la decisión de Pizarro de enviar a sus exploradores cerca de la fiesta católica del 6 de enero desde el santuario precolombino más importante de Sudamérica no es gratuita. Como se sabe, la fiesta de la Epifanía consiste en declarar que Jesús no nació para ser el salvador solamente de los judíos, sino de toda la humanidad; por eso los Reyes Magos se representan en el arte como «sabios del Oriente», venidos más allá de Palestina, no judíos, uno de ellos además negro. El mensaje que Pizarro transmite a la posteridad es que él y sus compañeros no han venido de paseo, sino que vienen para fundar un núcleo urbano desde donde todo el Perú se someterá a la fe verdadera del cristianismo, guiado por la Iglesia y por la mano firme del emperador cristiano Carlos Habsburgo. La naturaleza colonial, virreinal o monárquica del blasón limeño es total, ya sea que reparemos en su núcleo, su timbre, sus flancos o su bordura con lema latino.
¿Debemos entonces eliminar el escudo «colonial» de Lima y crearle uno nuevo, más aún considerando que el Bicentenario está a la vuelta de la esquina, como sugieren algunos? Yo creo que no. Los signos de identidad, como los nombres, los emblemas y escudos, sirven para designar a un ente más allá de los cambios que naturalmente experimenta. Yo por ejemplo me llamo Álvaro, y no he cambiado de nombre a pesar de que a lo largo de mi vida he sido diferentes personas, pues a mis cuarenta años no soy el mismo de cuando era adolescente o cuando era bebé. El Perú tampoco es hoy el mismo de los días de la Independencia, y no por ello va a cambiar de escudo, bandera o himno, ¿cierto? Así también el escudo de Lima es expresivo de nuestra identidad: sus elementos revelan información sobre el origen de nuestra ciudad y sobre los planes de sus fundadores; pero también, creo yo, pueden hablar sobre nuestro futuro. En el corazón de la fiesta de los Reyes Magos está el concepto de diversidad: el Niño que nació en Belén traía un mensaje no solo para los judíos sino para todos, por eso los Reyes fueron hasta allá siguiendo la estrella. Esa estrella brillaba para iluminar no a una religión o pueblo específico, sino a todos los que la buscaran de buen corazón. Los limeños de hoy, que somos muchísimos y muy diversos, mucho más diversos que los sabios del Oriente, podemos mirar este antiguo signo nuestro no ya como un opresivo programa político de dominación, sino como la luz que nos guíe en nuestro propósito de vivir juntos y construir una ciudad para todos de cara al Bicentenario y al futuro, esperemos radiante, que nos espera. Esta vitalidad de elementos como la estrella y las tres coronas ha sido comprendida y recuperada por importantes instituciones limeñas, como la Universidad del Pacífico y el Club Alianza Lima, que los incorporan en sus escudos. Por ello, en su bandera, en su frontis del centro de Lima y en otros lugares, la Municipalidad Metropolitana de Lima puede y debe conservar íntegro el hermoso escudo que los siglos nos han dado, y para efectos prácticos de comunicación institucional puede y debe adaptarlo a la sensibilidad gráfica de nuestro tiempo, quizá prescindiendo del timbre y de los flancos, que como hemos visto se refieren directamente a la familia Habsburgo, y adaptando el cuerpo del blasón, que alude directamente al pasado y al futuro de los limeños, quizá a la manera del Ayuntamiento de Madrid. No quiero despedirme de usted, señor alcalde, sin dejarle otra sugerencia: que entre los días 6 y 18 de enero haya una gran fiesta organizada por la Municipalidad, con exposiciones, recitales, ferias, concursos, conferencias, conciertos y, por supuesto, un feriado en toda la Provincia de Lima el día 18, como hacen los arequipeños en el día de la fundación de su ciudad. ¿O vamos a permitir que nos ganen?
Nota
Imagen de cabecera: El escudo limeño en el frontis de la Municipalidad. Foto tomada del blog de Pedro León.