En más de una ocasión, el Palíndromo concede el conocimiento del amor a través de la figura de la rama, como cuando aconsejó al amante ser como la hiedra y arder de amor, o cuando dijo que los que se aman son como un atado de ramitas de hiedra que se quema. Y es que el amor es ese breve gozo de los que renuncian a estarse quietos y temerosos y, dejándose de lado la vida, renuncian a sí mismos para darse a otros, de modo que arden y se consumen hasta quedar secos y abandonados. Como la rama del amor, que una vez que hubo acogido la savia del árbol y hubo dado flor y fruto, cae seca al piso para que los niños la pisoteen y el viento se la lleve. O como la rama de hiedra del cuadro de Henri Rousseau que, sola y ya sin agua al pie de las coloridas flores que del florero aún se nutren, anuncia el destino de los que ya han amado. El amor no puede, pues, ser egoísta: es antes renuncia, donación, virtudes raras de encontrar en un mundo de seres que tejen tupidas redes para capturar para sí cuanto puedan mientras la felicidad, fulgor de los insensatos, se oculta de la prudencia.
Por eso el Palíndromo dice:
Al arder, amar. Orar al ramal, amarla raro. Rama: red rala.
Imagen de cabecera: Henri Rousseau, ‘Ramo de flores con rama de hiedra’ (1909, detalle).