¿Qué puede pasar cuando la capital de un país va a ser tomada desde el sur… otra vez?
En agosto de 1536, Lima, la Ciudad de los Reyes, tenía menos de dos años de fundada y enfrentaba ya el mayor reto de su corta historia: su aniquilación a manos de las tropas de Titu (o Quizu) Yupanqui, enviado por Manco Inca para acabar con la amenaza del dominio hispano para siempre, antes de que fuera demasiado tarde.
Francisco Pizarro controlaba Lima, y su hermano Hernando hacía lo propio en Cuzco. Manco Inca, joven hijo del fallecido emperador Huayna Cápac y colocado por Francisco Pizarro como un inca títere mientras instalaba su gobernación en los Andes, se había desilusionado finalmente de los españoles luego de sus repetidas humillaciones, como que le insultaran y que le orinaran encima. Había descubierto que no eran dioses venidos del mar, sino simples mortales barbudos, ávidos de oro y escasos de escrúpulos. Engañando a Hernando Pizarro con la falsa promesa de ir por más oro, escapó del Cuzco e inició la resistencia inca. Asedió la ciudad imperial entre 1536 y 1537 para retomarla, y envió a Titu Yupanqui a Lima en agosto de 1536 para evitar el envío de refuerzos hispanos a la sierra y aniquilar a los invasores en su capital costeña.
Ninguno de los dos asedios prosperó. La clave de la derrota de Manco Inca no fue tanto la superioridad técnica de los conquistadores (en el cerco del Cuzco las tropas incas aprendieron a cavar huecos e inundar calles para que los caballos no pudieran avanzar), sino la participación de tropas andinas que, recelosas del dominio cuzqueño, apoyaron a los españoles y los salvaron de la aniquilación.
Este 18 de enero, según todo parece indicar, no solo veremos a Lima cumplir 488 años, sino ser también el escenario de nuevas marchas contra el gobierno de Dina Boluarte. Al igual que en el siglo XVI, esta nueva “toma de Lima” será protagonizada por numerosas personas enviadas desde el sur del Perú. Pero a diferencia de la expedición de Titu Yupanqui, estas personas no son guerreros andinos que busquen masacrar a los limeños (como algunos trasnochados tuitógrafos y opinólogos quieren hacer creer), sino que son ciudadanos peruanos que vienen a la capital de la República a hacerse escuchar por un Estado y una opinión pública que, lejos de comprender sus necesidades y ofrecerles soluciones, los menosprecian. Vienen a hacerse escuchar por una Lima que les desconoce sus votos cuando se pretendió mostrar el triunfo del inefable Pedro Castillo como un fraude electoral; que se burla de ellos cuando no pueden expresarse articuladamente sobre qué es la Constitución o por qué quieren cambiarla; que los tacha de terroristas cuando salen a las calles a alzar su voz para expresar su insatisfacción; una Lima que, finalmente, ordena una brutal represión de las fuerzas del Estado que produce una media centena de muertos.
Harto de las vejaciones de que era objeto por parte de los españoles, Manco Inca se decidió por la rebelión para reconquistar su reino. Hartos de la sordera de una Lima indolente que pareciera ver al Perú como su club privado, nuestros compatriotas vienen a la capital en el día de su aniversario para reconquistar su República. Manco Inca fracasó: finalmente, al igual que los aventureros hispanos, era un dominador más, solo que se había hecho de enemigos a lo largo de los Andes. Pero los peruanos que se manifestarán en Lima no fracasarán: son ciudadanos de una República que les debe bienestar y felicidad.